El efectivo atraviesa su momento de mayor retroceso en décadas: hoy representa apenas el 6% de las transacciones totales en la economía argentina, un nivel históricamente bajo que confirma el avance irreversible de los medios de pago digitales. En contraste, el código QR se convirtió en el sistema que más crece, impulsado por su comodidad, velocidad y adopción masiva tanto en comercios como en consumidores.
Los datos del sector financiero muestran un cambio estructural: la mayoría de los pagos cotidianos —desde alimentos hasta servicios personales— se realiza desde el celular. Las billeteras virtuales, que hace pocos años eran una novedad, hoy son la herramienta principal para millones de usuarios que prefieren evitar filas, manipulación de billetes y demoras en las operaciones.
Los especialistas aseguran que este giro hacia lo digital responde a varios factores. Por un lado, la necesidad de mayor trazabilidad y seguridad en un contexto económico volátil. Por otro, la presión de los comercios para reducir riesgos y costos asociados al manejo de efectivo. Y, además, la costumbre que dejó la pandemia, donde los pagos sin contacto se convirtieron en norma.
Aun así, esta transición genera desafíos: algunos sectores informales o de menor infraestructura tecnológica todavía dependen del billete físico, y advierten que las comisiones y requisitos para operar de manera digital pueden ser una barrera. Pese a ello, la tendencia es clara: el QR se fortalece como el método preferido y marca el ritmo de una economía que avanza aceleradamente hacia la digitalización.
Con el efectivo cada vez más relegado, el país se encamina a una nueva etapa en la que el dinero físico podría ocupar un lugar casi simbólico. La pregunta ya no es si el billete perderá protagonismo, sino cuán rápido ocurrirá esa transformación.








